miércoles, 29 de octubre de 2008

Take another piece of my heart...

Conocer a alguien, mostrale a los demás los colores que se filtran a traves del cristal por el que percibes a esa persona. Enseñar, aunque solo sea en una parte, todo lo bueno que ves en un amigo y su entorno, que para tu sorpresa desde aquella fecha tan importante que ya no recuerdas, es el mismo que el tuyo. ¡Os reto a adivinar de quien se trata!...

4 comentarios:

Jorge dijo...

Capitulo 1 Recados y acantilados


¡Mira, aquella grande de allí, parece un águila! Exclamo el pequeño Johnny con brillo en los ojos, su padre tumbado a su lado entre la hierba, soltó una sonora carcajada, ¡Ay! Hijo mío, ¿no puede tu imaginación dibujar otra cosa en las nubes que cosas volando?...

Como cada domingo John Junior o Johnny (como lo llamaba cariñosamente su madre) había acompañado a su padre John Alcock, mecánico y granjero de profesión, al pueblo, para realizar los mismos rutinarios recados: Alguna herramienta, comida para pasar la semana en la granja y ciertas piezas de motor a las que ningún otro individuo de la región, además del señor Alcock encontraría lugar.

Al joven Johnny, le encantaba surcar los estantes de la tienda de ultramarinos con los brazos abiertos, imitando el gesto de las aves planeando. Atrapando las cosas de la lista, que el Señor Alcock le cantaba, como si de presas se trataran. Luego, mientras que este contaba concienzudamente cada penique para arreglar cuentas con el tendero, el Joven Johnny asomaba su cabeza por el mostrador, esperando ansioso el momento de volver a la granja.

De un salto fue a aterrizar en el asiento del copiloto de la furgoneta, aquella misma furgoneta que cada domingo recorría los mismos senderos entre los campos, como si raíles se trataran. Su color verde botella brillaba ante cualquier leve rayo de sol que las perennes nubes de la costa de Inglaterra dejaran entrever. Y aunque ya contaba con incontables años, presentaba un aspecto inmejorable. ¡Ingeniería Sueca!, repetía constantemente el Señor Alcock ,el cuidaba de aquella fiel maquina como si de un ser se tratara.

Pero la ansiedad de Jonnhy por iniciar el camino de vuelta a casa tenía causa fundada.
Aunque siempre les costaba a padre e hijo una reprimenda por parte de la señora Alcock, la tradición dictaba el domingo como día de recados y acantilados.

La vieja radio resonaba en el interior del habitáculo metálico de la furgoneta y el señor Alcock tarareaba las viejas canciones folk que de ella surgían, como si funcionara en piloto automático.

El joven Johnny ya conocía aquel mismo ritual que se repetía domingo a domingo, pero incomprensiblemente su estomago continuaba igual de repleto de nervios que la primera vez. Una mirada de reojo por parte de ambos y una sonrisa contenida era el preludio de un volantazo que sacaba la furgoneta de los raíles del camino y la dirigía entre los campos hasta los confines de la tierra, donde en los acantilados las olas abofeteaban fuertemente a las rocas desgastándolas poco a poco.

Entonces el Joven Johnny, daba rienda suelta a toda la adrenalina contenida y con medio cuerpo fuera de la ventanilla gritaba hasta quedar casi afónico.

La furgoneta se detuvo casi al borde del abismo, y padre e hijo saltaron sobre la perfecta alfombra verde que la hierba había dibujado a causa de la humedad de la región.

Ambos, como si del reflejo de un espejo se tratara, arrancaron a la vez una hierba, la cual se pusieron en la boca, mientras el viento azotaba sus cuerpos tumbados, al compás del sonido de las olas.


Nunca se sabría con seguridad quien de los dos, si padre o hijo aguardaba aquel momento como más impaciencia, puesto que el señor Alcock amaba a su hijo y a su mujer por encima de cualquier otra cosa y cuando estaba en su compañía, aunque de carácter rudo, no parecía existir nadie más en el universo.

Aquel mismo viento semi huracanado, casi siempre preludio de tormenta en aquellas tierras, modelaba de forma caprichosa formas cambiantes en las nubes que al igual que el mar, inundaban el cielo.

Si Johnny perdía por un momento su visión, buceando en sus pensamientos, al volver la vista al cielo el panorama era totalmente diferente.

Hijo mío! dijo el señor Alcock con tono solemne. “El cielo siempre será más grande que cualquier sueño que tu mente pueda dibujar en las nubes”. Aquellas palabras tardaron en llegar a Johnny el mismo tiempo que a su mente soñadora le costo volver del lugar donde estaba viajado en ese instante.

¡Padre! exclamo Johnny, ¿crees que los hombres podrán ser águilas algún día?

¿Volar?, pregunto pensativo el señor Alcock. Y sin dejar tiempo para contestar a Johnny dijo con su voz tosca. “Claro hijo, si alguien cree en ello con la suficiente fuerza, seguro que si, puesto que la mayoría de los logros de los hombres nacen de sus sueños.

La tormenta acechaba y padre hijo subieron a la furgoneta, al volver al camino y como si del despertar de un sueño se tratara, la lluvia comenzó a caer progresivamente sobre ellos. La cabina de la furgoneta se convirtió en una burbuja en la que los pensamientos del Joven Jonnhy flotaban entremezclados con las melodías que de forma intermitente emitía la vieja radio a causa de la tormenta.

Jorge dijo...

Capitulo 2 Hogar dulce hogar

Ya hacía un tiempo que la Señora Alcock esperaba impaciente con la mirada fija en el camino y que a traves de la ventana, aguardaba la vuelta de su familia mientras realizaba las tareas de casa de manera mecánica.

Excelente mujer, Martha Megan Carter. Había renunciado ya hacía 14 años (dos mas con los que contaba el joven Johnny), a su nombre de soltera, para convertirse en la orgullosa esposa, madre y Señora de Alcock.

Tras su cuerpo robusto, fluía una melena oscura que dejaba entrever su rostro dulce y sus ojos marrones, los cuales irradiaban personalidad y carácter.

Pronto el ruido del motor de la furgoneta acercándose, rompió el ritmo que lluvia había compuesto al caer sobre la madera del tejado de la casa.

Y las pisadas rápidas de padre e hijo, habidos del calor del hogar, turbaron el sueño de un gato que regentaba el patio, el cual sobresaltado, desapareció por uno de los innumerables escondites de la vieja casa, dejando solo entrever sus atentos ojos verdes.

¡Ya estamos en casa!, exclamo el Señor Alcock.

¡Ya era hora! ¿Que horas de venir son estas?, contesto la señora Alcock con voz firme, aunque debajo de su aparente enfado apenas podía controlar la sonrisa por tener bajo su abrigo de nuevo, a los dos seres que más amaba.

La cena estaba servida, el aroma del pan recién horneado flotaba por toda la estancia. Y el humo serpenteaba por encima de los tres platos que sobre la mesa , rebosaban de crema de verduras.

El pequeño huerto de franqueaba el ala norte de la granja, abastecía casi todas las necesidades a la familia Alcock.

Cada día, sola, frente al silencio de la casa, Martha Alcock sentenciaba a cebollas, patatas y demás hortalizas, golpeándolas una y otra vez con la afilada hoja del cuchillo. Una gran hoya de cobre, aguardaba mientras, con su agua hirviendo, avida de terminar con el martirio de aquellos frutos de la tierra, los cuales resignados se retorcían de, olor y sabor entre las burbujas incandescentes.

Luego como si de una hechicera se tratara, la señora Alcock esparcía las especias dentro de su pócima, en la cual se sucedían los efluvios entre los susurros del agua hirviente.

El viento silbaba por entre las rendijas y la sensaciones de confortabilidad del hogar se agudizaban en el interior del Joven Johnny, el cual frotaba uno con otro sus pies por debajo de la mesa buscando el calor.

Todo era perfecto, su familia, la comida caliente y el frío, que en el exterior frustrado intentaba inútilmente conquistar aquel hogar.

Pero la mente del joven Johnny no estaba allí, permanecía todavía sentada al borde de aquel acantilado, repitiéndose una y otra vez las palabras que su padre había enunciado, exprimiendo de cada una de ellas hasta sacarles todo el significado posible.

¿Sería cierto aquello?, se preguntaba…y empezó a analizar todas las cosas que le rodeaban a partir de aquella reflexión.

Cierto es, pensó, que ya en la antigüedad el hombre ante el instinto y la necesidad de alimentar a los suyos, creo lanzas a partir de ramas de árboles y piedras. Y que alguien un día ,decidió tallar lo que llamo rueda mientras que al mismo tiempo, hombres de otra raza soñaban con domesticar a los caballos. Y que años después los sueños de ambos fueron puestos en conjunción por otro, que al unir las dos fuerzas en una, hizo que las distancias fueran más salvables.

Pensó en ultima instancia en un ser superior nombrado por los hombres con mil hombres, que un día soño con crear el universo y dentro de el las galaxias, los astros y los planetas. Y dentro de ellos la tierra, con sus mares, montañas y seres. Y entre ellos claro los hombres…

Cuando el joven Johnny, justo estaba apunto de llegar al sentido del universo y al igual que siempre pasa en los mejores sueños, el silbido de la tetera le hizo despertar de su letargo.

Jorge dijo...

Capitulo3 cuando el río suena…

La lluvia callo durante toda la noche dándole una tras otra, manos de color verde al paisaje. Aquel perezoso sol, que tan pocos días al año hacía correctamente su trabajo en aquella región, se intentaba desperezar, como si la oscuridad le hubiera traído la clase de nuevos propósitos que nunca se cumplen, y reflejaba sus rayos en las gotas de rocío que yacían sobre las hojas.

El joven Johnny frente al espejo ajustaba su corbata mientras que la señora Alcock le apresuraba en sus preparativos para ir a la escuela.

Ya hacía más de una hora que su padre buceaba entre turbinas, ejes y engranajes, que como si de calamares se trataran, teñían de negro el rostro de este.

Dos saltos alternos a la pata coja y otros tres con los pies juntos, son todo lo que necesito el joven Jhonny para plantarse en el camino hacia el pueblo.

Una piedra que reposaba a medio trayecto, se convirtió en una pelota improvisada, que uno tras otro sufrió los puntapiés de los gastados zapatos del niño, hasta que de un golpe certero rodó por la ladera hasta ir a parar al linde del río.

El sonido seco de aquel canto rodado hundiéndose en el fondo, espanto a los peces que por allí nadaban y hizo que el joven terminara de despertarse del todo.

La lluvia caída durante la noche, empujaba al agua río abajo con fuerza, y como por inercia, tiro del joven John por a lo largo de la orilla, dejando que sus pensamientos se mezclaran con el agua, camino de desembocar en el mismo mar de dudas.

Aquel sol perezoso no era capaz de evaporar tal cantidad de agua, como para hacer lo propio con los dilemas del muchacho, el cual seguía con los ojos clavados en el cielo buscando una solución.

Entre aquel bucólico paisaje de verdes colinas, pronto a lo lejos, el campanario de la iglesia del pueblo comenzo a asomarse y esconderse a medida que la senda serpenteaba de un lado y a otro.

El pueblo se erguía ligeramente por encima del nivel del mar, para evitar en lo posible las iras del díos Neptuno, el cual cíclicamente al año, desataba su cólera contra los parapetos que con los años los habitantes del lugar habían levantado.

Aquel típico lugar de la costa Inglesa, fácilmente podría haber cobijado siglos atrás a piratas y capitanes intrépidos, pudiendo incluso haber inspirado al mismo Robert Louis Stevenson en su afamado libro “La Isla del Tesoro”. En el cual el joven Jim Hawkins al igual que Jhonny clavaba sus ojos en los acantilados mientras soñaba despierto.

Jorge dijo...

Capitulo 4 Sitting on the dock of the bay

El chirriar de la tiza escribiendo en la pizarra, se ocupaba de mantener la atención de cada uno de los alumnos que copaban el aula, trayéndolos una y otra vez de vuelta a la realidad, fuera lo que fuera, con lo que estos estuvieran fantaseando.

Hijos de familias con gran tradición como pescadores y faneadores del puerto, la mayoría de aquellos muchachos llevaban impreso desde la cuna el sello del mar en su piel. Y con su destino fijado de antemano, poco les importaba cual era el futuro perfecto de los verbos que la maestra les recitaba en voz alta.

El edificio reconvertido, que hacia las veces de escuela, había albergado antaño un lúgubre almacén cercano a la lonja de pescadores y la pintura blanca que actualmente cubría las paredes, refractaba la luz a través de sus amplios ventanales, dando paso a una amplia vista de la bahía.

Aquel mismo puerto que día tras día el joven Jhonny observaba desde la vista privilegiada de su pupitre, casi había enterrado en el tiempo los años atrás, en los que, el entonces joven señor Alcock despedía al zarpar a su padre con miradas infinitas en el horizonte.

Aquel lobo de mar con pretensiones, le había dejado a su padre el mejor de los legados, tirando por la borda el ancla de la tradición y dándole la libertad para soñar con su futuro como único testamento.

Veinte años atrás, en ese mismo lugar, una bella Martha Megan Carter como si de una sirena varada entre redes de pescadores se tratara, tejía y tejía hábilmente mientras tarareaba viejas canciones, su canto y belleza atraía a muchos de los marineros del lugar, pero uno tras otro estos iban a chocar contra las rocas. Solo un joven John Alcock que ya por aquel entonces buceaba entre los viejos motores de los barcos. Pudo escuchar su canto con la claridad de quien reconoce el amor a primera vista y cortando las redes que allí la retenían, libero su corazón de un futuro desde hace tiempo concertado.

Al igual que ciertas enfermedades hereditarias, el afán de aventuras había saltado una generación, para infectar por completo el espíritu del joven Jhonny Alcock. Aquel día, el murmullo de las lecciones que recitaba la maestra, apenas llegaba a sus oídos como pequeñas interferencias, mientras que este gastaba las horas observando los vuelos picados de las gaviotas.

El timbre que anunciaba el fin de clase, tuvo la suficiente intensidad como para desviar su atención de la ventana, unido a la manada de jóvenes en estampida, abandono su pupitre y guiado por la inercia del grupo cabalgo por entre los pasillos hasta llegar al hall de la escuela.